Acapulco, Gro., 02 de agosto de 2020.- Cuando subían por la calle 14 de la Zapata, rumbo a la Ampliación Sinaí, la presidenta municipal Adela Román Ocampo, la presidenta del DIF, Adriana Román y el secretario de Desarrollo Urbano, Armando Javier Salinas, ni siquiera se imaginaban las sensaciones que se desencadenarían al llegar.
Rosa Naomi, una pequeña de 8 años de edad, contó los pasos que marcó sobre la tierra suelta, como si fuera de una dimensión a otra. Tardó un poco en darse cuenta que llevaba los ojos cerrados, hasta que los abrió -a la mitad del camino- para darle la mano a su hermano José Luis (de 13 años). Siguió caminando, volvió a cerrar los ojos. ¡Ábrelos!, le decía José Luis, ¡Ábrelos!, le insistió Humberto, y los abrió.
Reprimió un grito, con las manos en la cara, cuando vio la construcción de cemento que le estaban entregando, de paredes limpias y altas, en color blanco con guinda, cerradas por arriba con lámina galvanizada y por el frente con una sólida puerta de madera. A un lado, un pequeño baño con lavabo y taza.
Volteó hacia atrás, miró a todos los reunidos ahí, que no dejaban de observarla. Su hermano le sonrió y le dijo, ¡es para nosotros!, mientras la alcaldesa de Acapulco, Adela Román Ocampo, se le acercaba, como si fuera en cámara lenta, y le entregaba las llaves donde a partir de ahora dormiría, sin temor de la lluvia o del sol.
El piso de cemento estaba fresco, lo supo porque disimuladamente se quitó el calzado de plástico y lo tocó con la planta del pie. Ahí dormiría bien, como escribiera hace años Mario Benedeti, “con sábanas qué bueno, sin sábanas da igual”.
Con la mirada baja, con el cerebro en todo, menos en lo que ahí se decía y con el corazón latiendo a mil por hora, escuchó los discursos hablando de empresarios que no piensan en que todo es dinero, que ayudaron, que aportaron material o dinero, que mencionaban a funcionarios que hicieron la vaquita para llevarles despensas y algunos otros obsequios y, la presidenta del DIF, que le ofrecía que ahora sí podría ir a la escuela.
Imposible no llorar, pensaban los testigos de la escena, imposible no creer que, desde algún lugar, de algún modo, la madre de Rosa Naomi, José Luis y Humberto, también lloraba, al ver a sus hijos en la entrada de un mejor lugar para vivir, algo que ella hubiera querido darles y por lo que siempre soñó.
Conmovida, Román Ocampo destacó que, al conocer la historia de los niños su gobierno decidió contribuir y a través del patronato del DIF Acapulco y el secretario de Desarrollo Urbano y Obras Públicas, Armando Javier Salinas, atendieron el llamado, se percataron que habitaban en condiciones “paupérrimas” y decidieron realizar las gestiones para la construcción de un techo digno.
“Esta casa se hace con el esfuerzo de gente que está consciente que, si no nos convertimos en una sociedad hermana, fraterna, solidaria, vamos a pasar por la vida sin importarnos el dolor ajeno; este país requiere de gente como ustedes compañeros, compañeras, de gente generosa y solidaria; son trabajadores, son funcionarios que no tienen los grandes sueldos, que no son gente millonaria, pero son gente generosa que sintió su dolor”, destacó la primera edil del municipio, mientras sus ojos se humedecían.
Rosa Naomi se había puesto sus huarachitos de plástico rosa, su vestido de cuadros y un gran moño rojo en el pelo y, cuando, junto con los demás, posaba para la foto parada en la puerta de la nueva vivienda, sus ojos inquietos buscaban algo, entre las tablas viejas y carcomidas por la humedad que antes medio sostenían las láminas de cartón, donde había pasado los últimos meses con su tía María Elena Castrejón y luego dejó a la mirada vagar por el cerrito de la Alta Sinaí, en espera de encontrarse con los ojos de su madre, fallecida apenas tres meses atrás.